A poco de considerar seria y profesionalmente el desafío que supone enfrentar el severo problema social de los siniestros viales uno comprende lo lejos que se puede estar de resolverlo. Es que, precisamente por ser un problema social, resulta sumamente complejo. De nada servirán frente a él soluciones simples. En muchos casos, por el contrario, la aplicación de las mismas lo agravarán. Analicemos sus principales características: Desde la perspectiva de la movilidad social, el siniestro vial es un efecto no deseable de la misma. Los integrantes de la sociedad pretenden individual y colectivamente, desplazarse de un punto a otro por infinidad de motivos (necesidades o no): comerciales, sociales, turísticos, etc. Aspiran a que tales desplazamientos sean fluidos y seguros. Pero ¿son realmente concientes que esa fluidez y esa seguridad dependen primariamente de ellos como usuarios y en lo que le exijan al respecto a sus representantes?. Desde el enfoque de salud el siniestro vial no es otra cosa que la manifestación última de una enfermedad endémica y básicamente de índole cultural. Su principal vector pasa por la prevención, como en los casos del cólera o el dengue. Sin embargo a diferencia de ellos, la prevención en la siniestralidad vial pasa por varios factores y su agente transmisor es el hombre en si mismo. Desde el estricto punto de vista socio cultural la siniestralidad vial es la principal causa no natural de morbimortalidad de los seres humanos en tiempos de paz (aunque, paradójicamente, sus muertos superan a los que se producen en tiempos de guerra) desde pasado el medio siglo XX. Si bien el problema se encuentra en vías de cierto control en sociedades de la vieja Europa y Estados Unidos, se ha “desmadrado” en el resto del planeta. La diferencia fundamental entre ambas realidades sociales es la cultura: mientras para los primeros por naturaleza el siniestro vial es prevenible, para el resto de las sociedades del orbe continua siendo un hecho del Dios o del destino. Para unos es el error corregible, para otros la fatalidad insoslayable. Frente a tamaña entidad del problema uno se pregunta: ¿poseen nuestros gobiernos en Latinoamerica, es decir sus líderes, conciencia suficiente del mismo, para afectar los recursos económicos y humanos profesionales que nos brinde “chances” de solucionarlo?. Dr. Eduardo Bertotti Director ISEV
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